Supervivencia
Cuando el exhausto náufrago alcanzó la playa, un sincronizado banco de peces se alojaba ya en su estómago. El pez que dirigía la formación hizo un rápido conteo. Quince. Sobraba uno. El naranja. Un buen menú. Afuera, el increíble hombre-pecera lloraba lágrimas de sal, mientras vomitaba una raspa de pescado.
Hola Beatriz. Leí tu relato dos veces: la primera, me conmovió el náufrago; la segunda, me sentí pez. Me encantó en ambos casos. Un saludo.
ResponderEliminarLola Pacheco
Me emociona que te hayas puesto en la piel de los dos. Y me alegro que te guste. Gracias por alimentar mi cuento con tu comentario.
ResponderEliminarUn beso!