El capataz

Cerró los ojos. Aquellos hombres, de recios brazos perlados por el sudor, remaban en la galera contra viento y marea. Jadeaban, todos al unísono, inmunes al cansancio y el dolor.

Abrió los ojos y respiró hondo, orgulloso. La vieja oficina rezumaba aire fresco tras la llegada de los nuevos becarios.
Escrito por Álex Garaizar

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