Fatalidad
Las fragosas mareas envuelven su cuerpo apenas vestido de vida zarandeándolo impunemente, aprovechando su obligada indulgencia. Cuando ya parece que su destino está escrito, las olas desenfrenadas lo dejan tirado en la orilla. El náufrago entonces despierta escupiendo todas las aguas del mar, inundando así la isla, ahogándose de nuevo.
Cuando el destino está escrito poco se puede hacer, salvo retrasar lo inevitable.
ResponderEliminarUn compendio de fuerza narrativa.
Me alegro de leerte también por aquí, Sara.
Un saludo
Gracias, Ángel por comentar.
ResponderEliminarTambién me alegro de coincidir contigo por aquí. No conocía este espacio, ha sido un gran descubrimiento.
Un saludo.
Muchas veces no es imposible escapar a nuestro destino. Muy buen micro. Suerte Sara. Besos.
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