Hasta que la muerte nos separe

Distraída empujaba esa silla en la que su marido dormitaba despreocupado. Treinta años de lo mismo. Sin querer pisó una piedra que el destino puso en su camino, despertando la ira del transportado.

Dos metros después de aquel precipicio, por fin el viento limaba los callos de sus desnudas manos.
Escrito por Graciela Rodiño

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