Horripilante
¡Eran tan hermosas y llevaban tanto tiempo sin estar con una mujer! Cuando las vieron, se lanzaron por la borda y nadaron hacia la isla. Los marineros, que se habían tapado los oídos con cera, no escucharon a Ulises, que les gritaba que el canto de las sirenas era horripilante.
Esos oídos sordos que todos tenemos alguna vez. Magnífico relato. Un abrazo, Plácido. Un placer leerte.
ResponderEliminarTodo no puede ser, guapas, cantar bien, aunque a los pobres marineros creo que les daría igual una cosa u otra. O como dice el dicho "a oídos sordos.... cantos horripilantes.
ResponderEliminarBuen relato, Plácido.
Un abrazo.
Muy bueno, Plácido. Un canto a Ulises y a las sirenas en una versión personal.
ResponderEliminarMucha suerte y saludos virtuales.
Si nos sentimos atraídos por una mujer, y alguien nos hace alguna advertencia solemos ignorarla sin necesidad de tapones de cera. Es que hay errores que debemos cometer, si no, no seríamos humanos.
ResponderEliminarMuy buen relato, Plácido.
Cordiales saludos
Unos marineros que se dejaron llevar por sus sentidos, menos por el del oído, en el que, en este caso, residía la razón. Ese lo obviaron y prefirieron correr el riesgo. Esos tapones en los oídos, lejos de salvarles de un influjo perverso, les arrojaron de cabeza hacia él.
ResponderEliminarBuena vuelta de tuerca al clásico.
Un abrazo, Plácido
No hay mayor sordo que el que no quiere oír. Siempre se agradece un clásico.
ResponderEliminarUn saludo Plácido.
Yo que siempre quise ser una sirena, ahora que lo veo bien, mejor no. De por si la música se me da, pero el canto es una cuenta pendiente. Pobres marineros...se dejaron llevar. Muy buen relato Plácido. Besos.
ResponderEliminarDe lo más gráfico: Ulises desgañitado por la borda pidiendo a los marineros que vuelvan y, estos, a toda pastilla braceando hacia las sirenas en la orilla. De buena pasta estamos hechos.
ResponderEliminarSaludos, Plácido, has refrescado jocosamente el clásico.
Muy bueno! Curiosa forma de verlo. Me ha gustado.
ResponderEliminarEstoy con Raquel, no hay mayor sordo que el que no quiere oír.
ResponderEliminarUn beso grande Plácido, me parece buenísima la historia, en forma y fondo.
Malu.
Solo les faltaba un sentido, pero los demás estaban bien despiertos. Las advertencias de Ulises fueron vanas, como lo son las que no queremos oír cuando nos dejamos arrastrar por las pasiones.
ResponderEliminarUna magnífica versión del mito, como muchas otras que nos regalas. Enhorabuena, Plácido. Un abrazo.
Giro muy acertado a una historia clásica donde Ulises se desgañita y sus marineros se hacen los sordos (se hacen porque se tapan sus oídos) a fin de buscar lo que mueve al mundo: ¡¡el sexo!!
ResponderEliminarY ahora entiendo mejor esta historia tan conocida: no es que Ulises se atara al palo mayor para no caer en la tentación de acudir a los sones, horripilantes o no (esto es secundario), de las sirenas, es que sus marineros lo ataron para que no les pudiera impedir que acudiesen a esa ansiada cita sexual (a ellos, con sus oídos bien tapados, lo de los cantos horripilantes les traía al pairo), que llevaban mucho tiempo ya sin contacto carnal y eso agudiza los sentidos (todos no, que el del oído estaba bien contenido con los tapones de cera).
Ingenioso cincuenta el que nos dejas, Plácido, con una muy buena puesta en escena. Enhorabuena y nos seguimos leyendo.
Un saludo muy cordial.
Si estaban los pobres tan necesitados, me temo que aunque les hubiesen oído cantar así de mal, está claro que no iban a darse la vuelta.Me parece muy divertida la imagen de Ulises gritando a los marineros. Muy creativa esta versión que nos traes, Plácido. Saludos.
ResponderEliminarDe entrada, decir que en la tradición grecolatina las sirenas tienen una parte del cuerpo que es de mujer y la otra parte que es de ave, en vez de con la cola de pescado que es como, generalmente, solemos siempre imaginárnoslas.
ResponderEliminarLuego, añadir que todas esas historias tan conocidas de la literatura dan mucho juego, y se les puede dar bastantes vueltas de tuerca, algo que suele ser un placer en sí mismo.
El modo en el que has enfocado el microcuento me gusta porque da a entender que, por mucho que preveamos algo, luego, la realidad tiene que jugar sus cartas y en ocasiones cuenta con unos triunfos que ni te imaginabas.
Por tanto, el astuto Ulises se ve burlado por un imprevisto: lo peligroso de las sirenas no era su canto, sino ellas mismas, puesto que sus hombres llevaban tanto tiempo sin estar con una mujer, que hasta una escoba les hubiese parecido la misma Helena de Troya.
Así, la estrategia de hacer que se pusieran tapones de cera en los oídos se volvió en contra suya, puesto que con esos tapones ya no podían oír las advertencias de su jefe acerca de lo horripilante que era el canto de esas ninfas, aunque me temo que, en el caso de oírle tampoco hubiese servido de mucho.
Por tanto, esos marineros iban directos a su perdición como polillas que se estrellan contra la bombilla incandescente, y el pobre Ulises estaba condenado a quedarse solo, como realmente ocurre en la Odisea.
Muy sugerente, irónico y bien traído el microcuento, mis felicitaciones, Plácido, un abrazo.
Plácido, le has dado un giro inesperado a un clásico. Los marineros se dejaron llevar por sus instintos, en lugar de por los sentidos o por la razón. Por desgracia, el ser humano comete muchas veces ese error y así nos va.
ResponderEliminarEl pobre Ulises, pensó que al no escuchar su canto no se dejarían atraer por las sirenas, pero no contó con el deseo.
Muy original tu relato.
Besos.
La belleza, cuando es sublime, mata, como lo hace lo sagrado, de ahí que sólo el sacerdote pueda "lidiar" con ello. Sublime, también la nueva escena de los nautas devorados por la gracia arrolladora de las sirenas (ménades marinas). Buen variatio, Plácido. Un placer leerte y, cómo no, leer sobre mundos clásicos.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Salut.
Gracias por vuestros comentarios. Mi micro era un simple divertimento, como todo lo que escribo.
ResponderEliminarSaludos
Pobres argumentos los que parece tener Ulises para intentar detener a sus hombres. Aunque, bien mirado, con esos tapones daba igual lo que les dijera.
ResponderEliminarSaludos, Plácido.