Afortunada

Acostumbraba a que me limpiasen los zapatos. Me senté comodamente.

—Por favor.

Vestía minifalda negra y blusa roja.

—Podría cambiarse de zapatos diez veces al día —me dijo. Me miró a los ojos. Sonreía.

Después volví con minifalda roja y blusa negra.

—Por favor.

Me sentí afortunada con aquella sonrisa.
Escrito por Gil Hernando de Santiago

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