Desde Rusia con amor
Cuando entré por primera vez en el establecimiento, me llamó la atención su soledad. Se lo comenté a mi hija, y fuimos de la mano a rescatarla. La matrioska pasó de estar en la tienda de segunda mano a una abigarrada habitación infantil.
Mi hija dice que allí es feliz.
Mi hija dice que allí es feliz.
Las matrioskas tienen ese aire soledad multiplicada que se hace irresistible a nuestra desmedida pasión por los objetos. Una atmósfera bien creada entre melancólica complicidad de madre e hija. Saludos, Amelia.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Me encantan las muñequitas rusas, y esa sigue estando en la habitación infantil.
ResponderEliminarQue romantica historia.. Es cierto que las matrioskas despiden un halo de soledad y melancolia,similares,a los del pueblo ruso que las invento...
ResponderEliminarRomántica, melancólica y real. Gracias Iñaki!!
EliminarMuy bonito tu cincuenta!
ResponderEliminarEntre fantasía y realidad, la matrioska, se abre un espacio solitario y con esperanza única. Muy bonito.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! La esperanza es lo último que se pierde, como la última matrioska que queda desparejada
EliminarMe parece que la matrioska no está tan sola: dentro de ella esconde toda una multitud.
ResponderEliminarUn buen micro, Amelia. Saludos
Quien sabe lo que puede esconder cada uno dentro de si, ¿ verdad? Muchas gracias
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