Sin identidad

Empezaba a clarear cuando escuché sus sollozos. Caminé unos metros hasta ella. Entre lamentos preguntó:

—Pero, ¿quién soy yo? Acaricié su cara.

Susurré:

—Sólo ha sido una pesadilla.
—¿De verdad?

Estiré las sábanas, desmadejadas en su miedo, y se calmó.

Amargamente volví a mi cama. No dijo "gracias, hijo mío".
Escrito por Francisco Rubio Yepes - Web

6 comentarios :

  1. Eduardo Martín Zurita9/1/18, 14:01

    Hola, Francisco.
    Un texto el tuyo desgarrador al par que atractivo. Lo primero por la sustancia, lo segundo por la escritura. La enfermedad, quiero creer, del famoso médico alemán, más que esa pregunta existencialista que nos hacemos todos sin "...encontrar esa clave secreta que lleva hasta el alma, y escuchar esa voz interior y saber quien soy yo", que cantaba Hilario Camacho. La atroz negación de una de las tres potencias del alma: la memoria.
    Me gusta mucho tu propuesta. Un fuerte abrazo.

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  2. Este es uno de los males que más nos inquietan cuando pensamos en la vejez. Perder la memoria es dejar de ser, no tener identidad, como dices en el título.
    Un abrazo, Francisco.

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  3. El problema de tu personaje es que su pesadilla, una de las peores, es tan triste como real, tanto para ella misma como para sus allegados, la palabra "amargamente" lo dice todo.
    Sabemos que el cuerpo que nos sustenta es caduco, como la existencia misma tal como la conocemos, pero una degradación así es algo demasiado cruel, un castigo no buscado ni merecido.
    A tu relato dialogado le bastan cincuenta palabras para decir todo esto y más.
    Un saludo, Francisco

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  4. Tu micro refleja muy bien el padecimiento del enfermo y el sufrimiento del cuidador. Un diálogo intenso, emotivo y cercano. Saludos, Francisco.

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  5. Situación penosa para una madre, pero también dolorosa y desgarradora para el hijo -en este caso.
    Con resignación vemos revolotear, como el azar, la demencia senil o el Alzheimer, confiando en que pronto exista cura o dignos paliativos que acaben con esta lacra.
    Me ha gustado tu micro.
    Un fuerte abrazo, Paco.

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