El ajado peso de los remordimientos
Una magnolia, ya marchita, intentaba convencer a su colibrí:
—Márchate o también morirás. Nunca debiste aletear los vientos por mí.
—Pero..., ya no podría libar sin ti, preciosa —balbuceó—. Eres cuanto...
—Tú te quedaste porque me amabas —interrumpió avergonzada—. Yo, inmóvil flor solitaria, fingí amarte sólo para que te quedaras.
—Márchate o también morirás. Nunca debiste aletear los vientos por mí.
—Pero..., ya no podría libar sin ti, preciosa —balbuceó—. Eres cuanto...
—Tú te quedaste porque me amabas —interrumpió avergonzada—. Yo, inmóvil flor solitaria, fingí amarte sólo para que te quedaras.
Un relato lleno de magia, poesía y amor en el que el título da todo el sentido a la historia. Marca Bolant.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pablo
Gracias Pablo.
EliminarCierto que toda las fábulas tiene algo de mágico, quizás por esa capacidad de reflejar nuestras miserias. Son como un pequeño teatro narrado.
Te agradezco mucho tu comentario.
Un fuerte abrazo.
El colibrí aquí pelea trabajosamente la inmovilidad, suspendido en el aire por imitar a la magnolia que él ha elegido. Para estar ante ella, junto a ella y libar.
ResponderEliminarMaravilloso diálogo, metáfora de lo que sucede a veces a nivel humano. Cuando la belleza se marchita antes que el deseo. Porque siempre aletea el deseo si permanece el amor. El deseo en sus mil formas.
Y esa aparición tan sutil del remordimiento por parte de quien nada desea menos que defraudar al diosecillo volador que eligió poner sus ojos en ella.
No sé, Antonio, pero intuyo un toque de humor autocompasivo en la frase "fingí amarte..."
Magnífica historia!
Es muy interesante tu punto de vista, Carmelo. Aunque la historia trata de reflejar el egoísmo que disfrazamos de amor cuando se trata de ahuyentar a la soledad, es cierto que también se podría interpretar como todo lo contrario: un acto de extrema generosidad para alejar al amado por su propio bien.
EliminarGracias por tu atenta lectura y, sobre todo, por tu comentario.
Un abrazo.
Preciosa historia de amor, que nos lleva de tu mano a un mundo de fantasia, con tan peculiares amantes. Muy original. Abrazos fuertes.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Carmen. Me alegro mucho de que te guste.
EliminarUn abrazote.
Nos ofreces una bella alegoría amorosa entre dos seres en claro desequilibrio.¿Acaso no existe siempre cierto desequilibrio en las relaciones humanas en general y en las amorosas en particular?
ResponderEliminarLa actitud del colibrí encarna la entrega generosa, frente a la más calculadora y egoísta de la magnolia. Ahora bien, el amor recibido es tal que, arrepentida de su comportamiento, intenta salvar al esforzado amante.
Toda una lección de vida en los diálogos y las hermosas imágenes, Antonio.
Felicidades y un fuerte abrazo.
Pues lo has clavado Carmen. Esa sería la moraleja de esta pequeña fábula explicada a la perfección.
EliminarEs un verdadero gustazo contar con tus comentarios. Mil gracias.
Un abrazo muy fuerte.
Muy bueno, como siempre, aunque sin que sirva de precedente estoy en desacuerdo con mis compañeros de arriba. Lo que yo veo no es una historia de amor, sino el egoísmo de esa magnolia, que viendo ya su final, no ve sentido que el inocente colibrí le siga librando de su soledad. Ahora que ya se acaba su tiempo se vuelve digna y la señora consciencia hace su trabajo, pero que lo hubiera pensado antes.
ResponderEliminarLlamarme pesimista, jejeje
Un abrazo.
También lo clavaste, querido Jose. Aquí el único que amó es el aleteante colibrí que ve destapado su 'monoamor' por la moribunda conciencia de la flor.
EliminarGracias por tu comentario, compañero.
Un fuerte abrazo.
Y atendiendo a tu petición, allá va: ¡pesimista!
Preciosa y genial fábula donde un amor aletea y se arraiga en el tiempo. En contraposición, una pasión fingida para acallar la soledad. Una simbiosis de sentimientos que solo la muerte o la verdad pueden romper. Enhorabuena, Antonio. Un abrazo.
ResponderEliminarCertera apreciación y perfecta exposición, Salvador. Muchísimas gracias por poner tanta atención.
EliminarUn abrazo.
Es el amor egoísta. Genial.
ResponderEliminarUn beso
Así es Maite. Gracias por tu comentario.
EliminarUn beso.
Como suele hacer habitualmente, nos regalas un texto que, bajo su "preciosismo" (en el buen sentido), "oculta algo" sobre lo que reflexionar. Yo, pobre de mi, entiendo la actitud de la magnolia. Me recuerda a esas personas "atadas", por múltiples motivos (soledad, laborales, lejanía, salud, dependencia...), y que se agarran a un clavo ardiendo para obviar, siquiera un momento, esas ataduras. Enhorabuena, Antonio. Un abrazo y suerte.
ResponderEliminarTodos somos 'magnolia' potencialmente. Nos aterra la soledad y si se dieran las circunstancias, seguramente nos aferraríamos al primer clavo ardiendo sin querer pensar en las consecuencias .
EliminarGracias jesús por pasarte y dejarme tu reflexión.
Un abrazo.
Un relato precioso, que bien escogidas las palabras, hace parecer fácil lo difícil. Me parece un micro de una ejecución impecable. Y muestra tantas cosas que parece que fueran doscientas palabras. A mí me habla del vacío interior que a veces acompaña a la belleza exterior, también de los amores sinceros y entregados frente a los amores egoístas, del arrepentimiento que nos sobreviene cuando tenemos el fin cerca, las cosas que hacemos en nombre del amor, que parece que todo está permitido, el miedo a la soledad... Buenísimo, me ha encantado, para mí uno de los mejores. Enhorabuena. Un saludo.
ResponderEliminarQué bueno que ta hayan llegado tantas cosas y que hayas tenido la gentileza de hacérmelo saber.
EliminarTu comentario es un auténtico regalo, María. Muchísimas gracias.
Un cordial abrazo.