A grandes males...
Una década duraba aquella implacable sequía que provocó la total extinción de las diferentes cabañas ganaderas. Imposible adquirir carne de calidad. Mucho menos consumirla. Aníbal, el carnicero, sin embargo, ofrecía cada lunes a su distinguida y acomodada clientela unas suculentas piezas. Afirmaba ejecutar la matanza allá, en su pueblo natal.
Imagino a este tablajero, llevando en sus ojos un horror que le oculta a su clientela.
ResponderEliminarLa indiferencia y autoengaño de los compradores son espeluznantes.
Genial.
Un abrazo, José Antonio.
Pues no te lo imagines así, Vicente, que el carnicero Aníbal solo tiene una preocupación: su negocio. Bueno y también atender, como es debido, a su clientela, dispuesta a pagar por unas buenas piezas de carne sin preocuparle mucho de dónde procedan. La alimentación, lo primero. Así piensan...
EliminarGracias por tu comentario, muy amable.
Un abrazo para ti de vuelta.
A grandes males, grandes remedios. Si la materia prima no se obtiene de una forma, se logra de otra. La clientela consigue así lo que demanda, sin hacer preguntas, no sea que se encuentren con una respuesta que les sería difícil asumir, aunque seguro que la intuyen. Ahora se comprende por qué algunos pueblos están cada vez más deshabitados.
ResponderEliminarUn relato lleno de humor negro y sentido práctico.
Un abrazo grande, José Antonio
Lo has captado a la perfección, amigo (y maestro) Ángel. Esta clientela solo quiere alimentarse, nutrirse debidamente. Y paga por ello y bien, porque puede. Lo de los pueblos deshabitados es fruto, también, de otros motivos que bien conocemos.
EliminarUn fuerte abrazo y muchas gracias por tu comentario, como siempre, tan atinado.
Más vale que la clientela ni pregunte de donde sale la carne, ni se le ocurra ir al pueblo del carnicero, ya que incluso pueden acabar hechos filetes.
ResponderEliminarBuen relato Jose Antoni, con un humor negro genial.
Un abrazo.
¡Ja, ja, ja, ja! Pues sí, Javier, no te falta razón. Este carnicero no ve nada más que negocio...
EliminarAgradecido por tu más que amable comentario.
Un abrazo de vuelta.
Puede que nos hayas puesto en la pista de la primera denominación de origen conocida, y es que la necesidad agudiza el ingenio y acalla los escrúpulos culinarios y los reparos morales. Decía el refrán que cuando el hambre aprieta, no hay pan duro. Mucho menos, carne despreciable.
ResponderEliminarUn relato que ironiza con la necesidad y los tapujos y que deja una pieza de narración fresca y bien cortada...digo, bien contada.
Saludos, José Antonio.
¡Qué agudo comentario (y tela de simpático) te has marcado, Manuel! Y te lo agradezco sinceramente. Sobre la denominación de origen (incluso podría ser indicación geográfica protegida, por aquello de situarse en territorio tan concreto), lo único que queda es la autorización del organismo europeo competente.
EliminarEste carnicero lo que persigue es dar respuesta debida a la demanda de sus clientes quienes, además, están dispuestos a pagar lo que sea, que el hambre es mala cosa.
Gracias por comentar y saludos cordiales.
Llamarse Aníbal imprime carácter. Ya hubo en la Alemania de entreguerras un carnicero, Fritz Haarmann, que se empeñaba en conseguir que sus clientes pudieran conseguir carne buena y barata.
ResponderEliminarSaludos, José Antonio
No conocía la historia del carnicero alemán, Plácido, pero seguro que Aníbal corta mejor los filetes que su colega teutón.
EliminarGracias por tu comentario. Saludos.
Jose Antonio, coincido con Plácido, el nombre elegido para tu protagonista está muy relacionado con la actividad clandestina que realiza.
ResponderEliminarLos clientes saben muy bien la procedencia oscura de la carne, pero ante el hambre no hay preguntas.
Buen relato con un sorprendente final.
Besos
Si es que llamarse Aníbal ya imprime, como dice Plácido, carácter. Que su clientela sepa o no sepa de dónde procede la carne es secundario, ya que lo único que verdaderamente les importa a esos clientes pudientes es nutrirse y que no les escaseen las proteínas (animales...).
EliminarMuy agradecido por tus palabras, Pilar. Se merecen un puñado de besos. ¡Muac, muac, muac, muac!
Un relato que alimenta a la clientela y a nuestra imaginación. Un humor terrorífico que socava nuestras emociones. Muy bueno, José Antonio. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Salvador. Eso pretendía, alimentar la imaginación del lector con un toque de humor negro, aunque el tema no sea ninguna broma.
EliminarUn fuerte abrazo.
José Antonio, lo he leído un par de veces, y me tiene enganchada... un gran relato, con toda una historia que puedo imaginar de mil formas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, y me quedo aquí, mirando a Aníbal mientras afila el cuchillo con la piedra.
Tú mira, Ana, pero desde lejos. No te acerques mucho, que Aníbal cuando está en faena, en plena matanza, no conoce ni a su madre... que para eso es un profesional de reconocido prestigio.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Se me ocurre una barbaridad para el carnicero bárbaro. Un matarife humano.
ResponderEliminarSuerte, José Antonio.
Pues gracias a Plácido Romero, en su comentario de más arriba, he tenido ocasión de conocer que ya hubo antecedentes reales en Alemania. Y eso da mucho más escalofrío que una narración literaria.
EliminarGracias, María Jesús, por tus palabras.
Muy interesante este retrato de un psicópata que ha encontrado una salida comercial a su 'afición'. También muy lograda la mezcla del ambiente apocalíptico ocasionado por la sequía, con el costumbrista representado por la tradición de las matanzas en los pueblos. ¿y qué pegamento usas para unir ambos ambientes? pues nada menos que el terror y la repugnante antropofagía. El resultado es un fantástico relato de difíciles ingredientes excelentemente cocinados, aderezados con una pizca de ironía.
ResponderEliminarExtraordinario, José Antonio. Enhorabuena.
Un abrazo.
¿Psicópata? ¡¡Todo un profesional!! ¡¡Un carnicero como la copa de un pino!!
EliminarMuchas gracias, Antonio, por tu acertado comentario, un tanto exagerado en lo de "extraordinario", pero que te tengo que agradecer.
Un abrazo de vuelta.
Me encanta como dejas el final abierto, José Antonio, para que cada uno piense lo que quiera. Yo de todas maneras igual no me paso por el pueblo del carnicero.
ResponderEliminarUn buen micro.
Un saludo.
No te lo recomiendo, Alma Rural. ¡Y mucho menos en fines de semana...!
EliminarGracias por tu amable comentario y un saludo para ti.
¡Qué buena! La historia, claro, de la carne no digo nada porque mientras pueda evitarlo, no la pienso probar. Aunque nunca se puede decir "de este agua no beberé", sobre todo en época de sequía implacable.
ResponderEliminarGenial, José Antonio
Un abrazo
Margarita, nunca se sabe... Pero intentemos que ese día no llegue. Mucho mejor unas verduras, que bien aderezadas son manjares de dioses.
EliminarMuchísimas gracias por tus palabras, que viniendo de ti, a mí me alimentan para una temporada.
Un abrazo, amiga.
¿Anibal el caníbal? Jejeje Me ha gustado mucho tu relato José Antonio, y la elección del título: genial.
ResponderEliminarUn abrazo,
Pues sí, Raquel, un guiño a ese ¿entrañable? personaje cinematográfico. Lo del título, buscaba la complicidad de un refrán tan popular como el consanbido "A grandes males, grandes remedios", aunque estos sean de muy dudosa moralidad.
EliminarAbrazos y muchas gracias.
Pues con esto del calentamiento global... espero que no nos llegue esa maldita sequía, porque yo soy carnicera (vamos, que me encanta la carne), más que de pescaditos. Tendría que hacerme vegetariana total, antes que hacerle el juego al señor Anibal.
ResponderEliminarBuen relato, José Antonio, mezcla de ironía, terror y todas esos ingredientes que tú sabes tan bien emulsionar.
Abrazos, amigo.
¡Ojalá sea así, amiga María Jesús! Yo igual que tú soy carnívoro, pero también me gusta el pescado, las verduras, la fruta, los huevos, etc... Vaya, que soy de buen yantar. ;)
EliminarMuchísimas gracias por tu comentario, siempre tan amable.
Un fuerte abrazo.
Me encanta tu relato, José Antonio. Ya cada uno le ponemos apellido a ese Aníbal. A mí, me recuerda a aquel de“El silencio de los corderos" que tenía tan bien gusto elegir la carne que comía.
ResponderEliminarSensacional tu forma de narrar y de dejar campo para que el lector imagine a sus anchas.
Eres muy grande, paisano.
Un abrazo.
Pablo.
Aquel Aníbal llevaba hache y de apellido, Lecter. Era todo un sibarita, que escuchaba a Bach y que tenía una cultura sin parangón. Su único defecto: le gustaba morder a todo aquel que se le acercaba a medio metro.
EliminarMuchísimas gracias, amigo y paisano Pablo, por tu comentario, tan amable siempre. Tú eres el grande, de desbordante imaginación y de un estilo narrativo envidiable.
Un abrazo desde la esquina oriental de tu provincia, que es la mía.
[Recuerdos a tu héroe también]
No he podido evitar un escalofrío...
ResponderEliminarAntes que nada, aunque creo que ya lo sabes, decirte que me alegra muchísimo leerte de nuevo por aquí. Y después, solo confesar que soy poco carnívora y después de esto, no quiero ni ver al malvado Aníbal, me imagino sus pobres víctimas en su "pueblo natal", aterradas, sabiendo su final.
Enhorabuena por tan excelente narración, va mi me gusta acompañado con un beso grande. Y, ¡por Dios, qué llueva, qué llueva!
Malu.
¡Que llueva, que llueva... la Virgen de la Cueva!
Eliminar¡Ja, ja, ja, ja!
No ha sido mi intención provocarte escalofríos, Malu, sino advertir que hay empresarios individuales (antes, autónomos) que son emprendedores por naturaleza y buscan siempre atender de la manera debida a sus clientes (¿no dicen que siempre llevan la razón?). De todas formas, no creo por lo que dices, que tú vayas a estar entre su clientela. Mejor, así no te llevas sorpresas. Tampoco vayas al pueblo de Aníbal, que nunca se sabe.
Gracias por ese me gusta que tanto me gusta (y a ti también) y porque te alegres de leerme por aquí. Es lo mismo que me sucede contigo.
Besos, amiga.
Un gran relato, José Antonio. El carnicero ofrece el dudoso género a su clientela, que hipócrita mente prefiere no preguntar. Terror y humor negro muy bien aderezados, para que los podamos digerir sin remilgos.
ResponderEliminarUn abrazo, José Antonio.
Te quedo agradecido por tus palabras, Carmen.
EliminarComo ya he comentado a otros lectores, este carnicero solo busca atender de la mejor manera a una clientela que solo quiere nutrirse bien y con calidad. Paga, y paga bien, y no pregunta.
Me alegra mucho que lo consideres un gran relato. Yo me conformo con que te haya gustado.
Un abrazo.
Yo completaría tú título con ... grandes negocios. Siempre ha sido así, y ahora, con esto de la crisis, lo vemos por todos lados. Para hacer dinero las dos premisas más importantes son ser listo y no tener escrúpulos; si como en tu relato lo segundo lo llevas al extremo...
ResponderEliminarCoincido con los compañeros en todo lo que te han dicho, esto es, que describes de maravilla, que logras crear la atmósfera adecuada con asombrosa sencillez, que es un relato estupendo, pero sobre todo, que es una alegría tenerte de nuevo por aquí.
Un fuerte abrazo, amigo José Antonio.
Pues sí, amigo Enrique. El carnicero ve una oportunidad de hacer negocios y no tiene reparos en hacerlos, ni cómo ni dónde.
EliminarTu segundo párrafo me llena de orgullo y satisfacción (vaya, que me siento como un rey por Navidad). Tu alegría es la mía, si bien nunca me fui. Digamos que me ausenté durante un tiempo.
Un fuerte abrazo. Y te aseguro que nos seguiremos leyendo porque tú sí que escribes maravillosamente bien.
Como cada lunes, y después de unos días de duro trajín, el servicial Anibal ofrece su fresco género para deleite de los carnívoros. ¿Qué mal veis en ello? ;-) Buenísimo, José Antonio, felicidades. Un beso.
ResponderEliminarPues esa es la clave, Matrioska. Hay una clientela necesitada, que paga muy bien, y un emprendedor que da respuesta a esa necesidad. ¡Un negocio redondo! Por cierto, mañana es lunes, y creo que en el expositor de la carnicería, Aníbal expondrá nuevo género: unos redondos que para salsa de arándanos son exquisitos. Y no están mal de precio. ;)
EliminarMuchísimas gracias por tu comentario.
Un beso de vuelta.
De doctor a carnicero... Sin duda un cambio ideal para un futuro sin carne de vacuno. Felicitaciones José, por el terror cruzado con ciencia ficción.
ResponderEliminarVaya mi gratitud, @Jean_DD, por delante, que en el futuro puede que no haya carne, pero gente correcta y educada esperemos que sí la siga habiendo.
EliminarUn saludo.
Aníbal dejaba satisfechos a sus clientes y maltrechos a sus paisanos. Puede parecer salvaje, pero en realidad, ¿cuánta gente no hace negocio a costa de sus semejantes?
ResponderEliminarBuena parábola, José Antonio. Abrazo.
Muchísimas gracias, Carles. Últimamente no me asomo como quisiera por este rincón de amigos. Eso sí, leer sí leo todos los relatos que se publican, pero comentar... ya lo tengo más complicado. ¡Fíjate que no respondo ni a los comentarios que yo mismo recibo! En fin... Tu interrogante es sabio como sabias son siempre tus palabras, en la ficción o en la realidad. Te agradezco que te hayas asomado a mi historia de aprovechamiento de los recursos que algunos, por lo general desaprensivos y sin muchos escrúpulos (como la vida misma), echan mano con tal de seguir haciendo negocios.
ResponderEliminarUn abrazo y nos seguimos leyendo.