Aquel invierno
Las estaciones se sucedían ante él. Primavera, verano, otoño, invierno, primavera, verano... Así sucesivamente hasta que el invierno del 83 le quemó con su frialdad. Él, hasta entonces, se alegraba desde su silla por poder ver tras el ventanal cómo mudaba el paisaje.
Dicen que la tristeza congelada le inundó.
Dicen que la tristeza congelada le inundó.
Hola, María José:
ResponderEliminarMagnífico texto en el que queda patente la impronta de la gran poeta que eres.
El estatismo en una silla contrasta con el sucederse del tiempo encadenando estaciones. Ese estatismo favorece, al contrario que la movilidad, el concentrarse mucho en las cosas.
Ese invierno del 83 le quemó con su frialdad a tu protagonista, descomunal paradoja, pero posible. Hay inviernos terribles que queman como el hielo en definitiva.
La frialdad humana es lo peor. El texto está abierto a interpretaciones pues no sabemos si esta persona se encuentra o no acompañada. Pero el texto huele a soledad, al menos a mí me huele a eso con respecto a esa persona.
Te felicito vivamente por él y te mando un beso muy cariñoso vía a Coruña. feliz lo que queda de verano y siempre.
Esa persona, sentada, viendo pasar el tiempo... ¡Es prosa poética! Y el 83 que tanta carga de significado -negativo (papá se fue) y positivo (nace Alberto)- tiene para mí...
ResponderEliminarQuerida compañera María José, sabes que como siempre, soy fan de tus relatos. Tu personaje, ve la vida pasar sin pararse a pensar en eso mismo...en lo rápido que pasa y un buen dia casi sin darse ni cuenta, lo único que tiene se acaba.
ResponderEliminarDesde aquí, animo a todo el mundo a vivir la vida a tope y a atreverse a hacer esas cosas que dan ilusión.
Un beso veraniego.
Imagino a tu protagonista, inmóvil a su pesar, pero alegre pese a todo en su mundo reducido a poco más que una silla y una ventana. Algo más debió de sucederle para que la tristeza le inundase, seguramente la conciencia de la soledad, pues no hay nada que queme más.
ResponderEliminarUn relato cargado con un antes, un después y una víctima de su propia sensibilidad
Un abrazo, María José
Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera es una hermosa película del director coreano Kim ki-duk. Ese es el ciclo de las estaciones, el ciclo de la vida para muchos habitantes de nuestro planeta. La vida es un discurrir continuo, yo, a veces, lo comparo como a ir en un tren del que nunca puedes apearte. Apearte supondría detener el tiempo mientras el tren está parado en una estación cualquiera, y tú puedes dedicarte a poner en orden ciertas cosas de tu vida; pero no, lo que haces, lo haces en el discurrir del tiempo, aunque uno esté inmóvil, aunque no haga nada, el tiempo va dejando caer sus granos de arena hasta que no queda ninguno en el vaso superior de su reloj, entonces parece que se presenta la señora de la guadaña.
ResponderEliminarTu protagonista, quizá una persona mayor con la vida ya hecha, desde su silla, y mirando a través de la ventana, ve ese río infinito de los segundos, los minutos, las horas, los días... No sabemos qué piensa, no sabemos qué siente, sólo que en la monotonía de sus jornadas, y desde ese observatorio, mira el río del tiempo, el que va a dar a la mar que es el morir, que dice Jorge Manrique, y se fija en el paisaje que cambia. Y para un buen observador, cuántos matices incluso en lo más nimio, un Buda, con sólo ese paisaje ante sus ojos, alcanzaría la liberación.
Pero en ese desfilar de los días, en esa línea recta, aparece de pronto una disrupción en el invierno del 83, y lo dices con un bella imagen: una frialdad que quema. Ya sabemos que si, por ejemplo, nos frotamos el cuerpo con nieve, llegamos a sentir calor. Pero el calor que le llega a tu protagonista es mortal, lleva dentro el arma negra de la tristeza, tristeza congelada que le inunda el alma en aquel nefasto invierno.
Muy poético el texto en sus contrastes, en sus imágenes, en sus sentimientos, en su retrato del tiempo que nos lleva, por decirlo imitando el título de la novela de José Luis Sampedro El río que nos lleva.
Feliz verano y un abrazo fuerte, María José.